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jueves, 25 de mayo de 2017

TERCERA audiencia del juicio a dos represores de la CNU La Plata

“LOS FACHOS” EN ACCIÓN

En la tercera jornada juicio a los represores Carlos “Indio” Castillo y Juan José “Pipi” Pomares los hermanos de cuatro de las víctimas asesinadas por la CNU describieron el accionar de las patotas de “Los Fachos” y reafirmaron su lucha por justicia. Dos de esos casos no están incluidos en el debate por la fragmentación impune que realizó la justicia federal platense.

Por HIJOS La Plata
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Al comenzar la audiencia testimonió por videoconferencia desde la Cámara Federal de Bahía Blanca Gladys Dinotto, hermana del estudiante de medicina en la UNLP y militante de la JUP, Néstor Dinotto, además pareja de Graciela Martini y asesinado junto a ella en un operativo en Villa Elisa en abril de 1976. En una muestra más del efecto de intimidación que estos crímenes impunes generan 41 años después, Dinotto pidió expresamente que los dos represores imputados no pudieran verla, por lo que fueron ubicados atrás de una mampara de madera.
En un testimonio breve, Dinotto dijo que su hermano era oriundo de Bahía Blanca y que la familia “sólo sabíamos que mi hermano militaba con su novia. Cuando mi papá lo fue a buscar a La Plata, le dijeron que se fuera, y que se acordara que tenía otra hija. Teníamos miedo y a mí me dijeron que no dijera nada”.
La noche del 3 de abril de 1976 Dinotto, Martini y sus compañeros de militancia Adelaida Barón y Daniel Pastorino salieron a comer pizza a un local del centro de La Plata. Cuando regresaron a la casa de los padres de Martini dos autos operativos que esperaban a la vuelta los persiguieron a los disparos. Tras detenerlos y realizar un simulacro de fusilamiento los trasladaron a la casa operativa que la CNU tenía en diagonal 113 y 64. Allí fueron torturados Martini y Dinotto dentro de una casa rodante metálica que había en el predio.
La pareja Barón y Pastorino fue liberada en calle 2 y 32 de La Plata. Martini y Dinotto aparecieron acribillados al día siguiente en el barrio Los Porteños de City Bell, con las manos atadas en la espalda y los rostros tapados con sus ropas.
Galdys Dinotto reflexionó que a partir del asesinato de su hermano no fue fácil reconstruir la vida de la familia: “Yo iba a estudiar odontología a La Plata y desistí porque me quedó la obligación de permanecer con mis padres en Bahía Blanca para contenerlos. Mi papá esperaba que su hijo volviera con el título de médico y lo trajo al cabo de catorce horas de viaje en un furgón, muerto”.
Preguntada sobre su expectativa con este juicio, afirmó: “Yo sé que nadie nos va a devolver la vida de los chicos, ni de ellos ni de tantos otros, pero espero que los culpables paguen por lo que han hecho”.

En segundo término Walter Martini, hermano de Graciela Martini, describió el operativo en que su hermana y la pareja fueron secuestrados y asesinados el 3 y 4 de abril de 1976. Coincidió con el relato hecho en audiencias anteriores por los testigos y sobrevivientes Pastorino y Barón, pero lo hizo desde la óptica desde dentro de la casa que asaltó el grupo operativo. Relató que en aquel momento tenía 10 años y estaba con su madre en la vivienda de Villa Elisa ubicada en 34 entre 14 y 15. Cerca de las once de la noche estaban durmiendo y escucharon que comenzaron a golpear la puerta al grito de “policía”. Uno de los atacantes vio que él fue a la planta baja a buscar el teléfono y le dijo “No llames a nadie porque no la cuentan”. Entonces comenzaron a hachar la puerta de entrada y luego ingresó una patota de cinco personas armadas: uno mayor con un pañuelo en el rostro y otros cuatro más jóvenes con borceguíes y pantalones camuflados. Tras un largo tiempo de forcejeos e interrogatorios por su hermana, donde uno jugaba el rol de bueno y tratando de explicarle por qué estaban allí, preguntaban insistentemente por armas y volantes, le gatillaron al joven una pistola en la nuca y rompieron el parquet buscando un “embute”. En un momento dado los represores decidieron ir a buscar a Graciela a la casa de Barón con la madre de Martini como rehén, que sufría problemas psiquiátricos y estaba paralizada de miedo. La iniciativa se frustró porque al salir a la calle Walter avisó a un vecino que miraba la escena para que llame a la policía. Entonces los vuelven a ingresar a la casa y los encierran en un depósito, desde donde escucharon un rato después la estampida de autos y disparos. Era la cacería que desataron sobre los militantes que regresaban de La Plata.
A partir de allí su hermano mayor y un tío comenzaron a realizar averiguaciones en la Policía, el Ejército y la Armada. En la Comisaría de Villa Elisa le mostraron algunos objetos robados en la casa y el titular de la dependencia les dijo que mejor no denunciaran nada. Luego se enteraron por los diarios que se había hallado una “NN femenino acribillada” en City Bell.
Martini recordó que en la instrucción de esta causa realizó un singular reconocimiento de fotos en presencia del secretario del juzgado de Arnaldo Corazza y el abogado defensor de uno de los imputados. Allí identificó a 3 represores que habían participado del operativo.
El testigo relató que a partir del hecho la vida de la familia cambió totalmente, especialmente en su madre que desmejoró su situación psiquiátrica. Walter recordó que trató de llevar una vida normal, pero el estigma del allanamiento y el asesinato de su hermana lo perseguía cotidianamente, hasta en una pintada en el barrio que duró cerca de un año y decía: “Graciela, tu crimen no va a quedar impune”. Parte, solo parte de ello se está cumpliendo con este juicio.


El tercer testimonio fue de Alicia Gershanik, hermana del médico platense Mario Gershanik asesinado el 10 de abril de 1975 por un comando conjunto de la CNU y la Triple A en la casa de calle 50 entre 2 y 3, donde tenía su consultorio. Al inicio del relato Alicia definió claramente que se trata de un acto de Terrorismo de Estado “porque estas organizaciones eran financiadas y utilizaban las estructuras del Estado”. Realizó una semblanza de su hermano Mario, su vocación deportista en el rugby, su formación como médico especialista en pediatría, y su trabajo en el Hospital de Niños de La Plata y en el Policlínico del Turf, donde inauguró importantes avances en perinatología y formó equipos de trabajo en la materia. Lo definió como “un militante sindical activo y una persona muy visible”.
La testigo contó que la noche de los hechos hubo tres allanamientos. El primero en la casa de Mario en calle 10 y 56, donde no encontraron a nadie, luego en la casa de su hermana en 6 y 50, de donde ella se había mudado a vivir en México poco antes, y el tercero en la casa donde finalmente asesinan a su hermano. Esa noche Mario venía de atender un parto hasta muy tarde en el Instituto Médico Platense y había llegado para descansar con su esposa e hijo. Como en los demás relatos de otros operativos, señaló que la patota actuó con zona liberada a 1 cuadra de la Jefatura de Policía, fingiendo ser fuerzas de seguridad y finalmente rompiendo la puerta a hachazos. Esa noche la patota del “Indio” actuó junto con un grupo de tareas de la Triple A al mando de Aníbal Gordon, alias “El Viejo”. Este dato fue confirmado en investigaciones particulares en base al testimonio de un ex CNU arrepentido, que menciona otras ocasiones en que la banda de Castillo coordinaba operativos en La Plata con el pesado de las Tres A. Además dos vecinos de la casa vieron el operativo, que constaba de tres autos y al menos ocho represores armados hasta los dientes. Uno de los vecinos le confirmó a la familia la zona liberada al relatar que un vigilante de Jefatura se acercó a ver y fue echado a los insultos por el jefe de la patota.
Al ingresar la patota obligan a Mario a buscar armas y medicamentos, y luego a que los acompañe con la excusa de “identificar” a un detenido. Gershanik sabía que su destino era la tortura y la muerte, por lo cual no se dejó llevar y tuvieron que arrastrarlo entre cuatro de los asesinos. Fue entonces que comenzaron a disparar mientras lo insultaban por su ascendencia judía. Según consta en la causa el informe que el jefe de Operaciones Policiales, comisario mayor Ignacio García, eleva a sus superiores detalla: “Llevada a cabo la autopsia en la morgue de esta Repartición, se extrajeron al cadáver nueve (9) proyectiles y dos (2) tapones de cartucho presumiblemente de escopeta automática, mientras que en el lugar del hecho se secuestraron catorce (14) vainas 11.25, 17 proyectiles 9 mm., algunos de los cuales se encontraban incrustados en el piso de madera donde cayera la víctima; asimismo, un cartucho intacto ‘Remington 12 C.A. Peters’ ”.
Revisando las causas de semejante crimen, Alicia afirmó que “no podemos estar en la cabeza de quien comete un crimen tan aberrante”, aunque recordó que la noche antes Mario había estado en una asamblea en el sindicato del Turf donde tuvo una firme intervención a favor de los derechos de los trabajadores del hipódromo. Agregó que el motivo del crimen “era infundir el terror en todos los ámbitos, porque Mario era una persona muy reconocida. De hecho como consecuencia se produjeron innumerables exilios y se desarmaron todos los equipos profesionales donde él estaba”. Por eso, Alicia añadió que “a los familiares nos interesa conocer a los autores materiales pero también a los autores intelectuales del hecho”. Sobre la represión de Estado en el gobierno de Victorio Calabró, la testigo dijo que Mario les había manifestado su preocupación por el accionar de las bandas de la ultraderecha peronista, cuya ideología racista y elitista conocía al detalle ya que había sido alumno del profesor y creador de la CNU, Carlos Di Sandro, en el Colegio Nacional de La Plata. “A la CNU Mario la llamaba por su nombre”, sentenció.
Como se encontraba en México, todo lo que Alicia pudo reconstruir de los momentos finales de su hermano fue por el relato de su cuñada Graciela, testigo presencial del asesinato y ya fallecida. Al final del testimonio Alicia leyó una carta que Graciela le envió a México una semana después la masacre y de la que aportó una copia al tribunal. Allí la esposa de Mario escribió: “Ustedes saben mejor que nadie quién fue Mario y por qué luchaba, quiénes y por qué lo mataron. Así como vivó murió. No les aflojó a los asesinos, no les rogó nada, ni se quebró con ellos. Ustedes saben cómo son estos hijos de mil puta que no tienen otro recurso que la masacre y el odio”.
La fragmentación de la causa y el apartamiento de este juicio del caso Gershanik fue convalidado por los jueces de instrucción Arnaldo Corazza y Manuel Blanco. A ellos debemos la espera de una causa de más de 11 años donde los familiares buscan justicia.


Precisamente sobre eso comenzó exponiendo el último testigo Mario Urrera, hermano de Horacio Urrera, secuestrado y asesinado por la banda de Castillo el 19 de abril de 1976. Mario manifestó su descontento con el perfil de declaración como testigo ya que dijo “yo debería ser querellante en esta causa, en la que fragmentaron una misma masacre”. Se refiere a que la misma noche, en el mismo operativo y con el mismo resultado trágico, fueron secuestrados su hermano Horacio y los militantes Leonardo Miceli y Carlos Sathicq, pero por las defecciones de la justicia federal platense sólo se elevó a juicio el caso de Miceli.
Mario fue testigo directo del secuestro de su hermano. Esa noche de abril del ’76 Mario y Horacio estaban con su madre en la casa de calle 26 entre 56 y 57, y como a las 00:.30 escucharon golpes en la puerta de un grupo que se identificaba como “Ejército” y “Policía”. Les abrieron la puerta y entraron 6 o 7 a cara descubierta que en diez minutos pusieron a Mario y su madre en la cama, robaron lo que pudieron, se llevaron a Horacio y cerraron con llave desde afuera para que no los siguieran. Cuando Mario miró hacia afuera por una ventana vio 3 autos y unas 15 personas en total.
En realidad, Horacio ya venía amenazado por la CNU. Estudiaba derecho en la UNLP y trabajaba desde 1970 en el Registro de la Propiedad, en el edificio del Ministerio de Economía de calles 7 y 45. En la misma dependencia revistaban varios CNU como el “Pipi” Pomares el “Misto” Fernández Supera y un tal Charicia, que a su vez eran visitados por el “Indio” Castillo, “Tony” de Jesús, el “Chino” Causa y otros que siempre se presentaban armados y amenazando gente física y verbalmente. Amigo del delegado de ATE en el ministerio de Economía Claudio Aicardi, simpatizante de la JP y delegado del gremio de rentas AERI, Horacio venía padeciendo desde 1974 el constante asedio de la patota, especialmente amenazas de Pomares. Por ello pidió el traslado al Tribunal de Cuentas, donde trabajaba su hermano Mario. En varias charlas entre los hermanos en la mueblería que su padre les había dejado al morir, Horacio había contado que vivía con temor de que lo levantaran.
Consumado el secuestro de Horacio en plena dictadura, la complicidad de La Bonaerense con la CNU era palmaria: cuando Mario fue a hacer la denuncia a la Comisaría 5ta y pidió que tomaran huellas de un vaso que uno de los represores había manipulado el comisario Muñoz se le rio en la cara y le dijo “Entonces, ¿vos también estás en la joda?”. Luego en una gestión ante el Regimiento 7 conoció a Frauro Sathicq, el padre de Carlos, e intercambiando datos dedujeron que sus familiares habían sido secuestrados en un mismo hecho. Un mes después del secuestro la familia recibió por teléfono la noticia de la identificación de los cadáveres de Urrera, Miceli y Sathicq acribillados en un arroyo de Villa Domínico. Entonces fueron a reconocer el cuerpo a la Comisaría 4ta de Avellaneda y a la Morgue del cementerio local. “La Morgue no daba abasto. Esa noche vi más de 30 cuerpos NN que tenían como destino la fosa común”, aseguró Mario.
Puesto a describir a la patota de Castillo detalló que en La Plata se los conocía bien y se les decía “Los Fachos”. “Eran la ultraderecha peronista, anti-marxistas, anti-izquierda y antisemitas”, definió. Además contó que muchos años después a través de gestiones de un ex preso político pudo tener una reunión con un CNU arrepentido, Ricardo Alfredo “El Boxer” Lozano, quien le terminó de confirmar lo que ya sabía: que la banda la completaban Martín “Pucho” Sánchez, Vicente Álvarez, Roberto Antonio Storni (estos dos policías), David “Feiño” Massota y Omar Quinteros, entre otros.
Además, sobre la detención que sufrió la banda en abril de 1976 y por la que varios de sus integrantes pasaron 4 años presos en la Unidad 9, Urrera la definió como “una payasada, que no hizo más que beneficiarlos, porque terminaron siendo juzgados como ‘ladrones de gallinas’ y no porque lo que habían hecho. De todas maneras fue durante un gobierno defacto con el que compartían los mismo intereses y hasta lo usaron para presentarse como víctimas dañandas por el Estado”.
Ante tanta contundencia en la declaración, en un momento de la audiencia el abogado de Pomares, Oscar Salas, intervino para acosar al testigo y preguntar “¿Cómo sabía Ud que tenían anuencia del Estado?”. Urrera respondió tranquilo: “Porque tenían apoyo de la Curia a través de Monseñor Plaza, de la Policía bonaerense, del secretario general de la CGT Rucci, de López Rega a través del Ministerio de Bienestar Social, del gobernador Calabró y del Ejército que les liberaba as zonas. Me parece suficiente”.
En uno de los testimonios más completos en lo que va del juicio, Mario Urrera concluyó definiendo que todo lo que contaba “no es por valentía sino miedo que aún tengo. Miedo al silencio. Para no ser funcional a la barbarie, al genocidio y al sectarismo. Por eso los sobrevivientes y testigos de estos hechos tienen que venir a aportar su testimonio”.

  
LAS AUDIENCIAS CONTINÚAN EL LUNES 29 DE MAYO A LAS 10HS EN LOS TRIBUNALES FEDERALES DE 8 Y 51. PARA PRESENCIARLAS SOLO SE NECESITA SER MAYOR DE EDAD Y PRESENTAR DNI.

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